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La tierra de Montánchez


Situada en el corazón de Extremadura, se yergue la Sierra de Montánchez, cual gigante que domina los valles del Tajo y del Guadiana. Coronada por su imponente castillo, a cuyos pies se sitúa el pueblo de Montánchez, la sierra señorea sobre un paisaje inmenso, que le ha valido el sobrenombre de “Balcón de Extremadura”. Majestuosa, la sierra parece como flotar en mitad de las extensas dehesas de encinas y alcornoques que la rodean, otorgándola una atmósfera mágica, ajena al discurrir del tiempo. Montánchez se eleva vertiginosamente hasta casi los 1000 metros de altura creando diversos "ecosistemas" de extraordinaria diversidad: fresnos, sauces, adelfas y tamujos que pueblan las partes más bajas por donde discurren y se precipitan arroyos, dejando paso a bosques de robles y castaños a medida que ascendemos a cotas más altas y por tanto más frías.


Gracias a los numerosos senderos que sus habitantes han ido practicando en el curso de los siglos es fácil penetrar en lo más profundo de esta sierra y contemplar la belleza idílica de un lugar en el que el hombre ha sabido convivir en perfecta harmonía con la naturaleza desde tiempos inmemoriales, aprovechando sus recursos sin intervenir drásticamente o de manera irreversible. En ello reside sin duda la belleza suave de Montánchez, su paisaje ordenado, atravesado por caminos de piedra, jalonado por terrazas acondicionadas para el cultivo de la vid, sus campos de olivos o los restos de sus infraestructuras hidráulicas que antaño servían para regar huertos y árboles frutales. La riqueza de este lugar reside en esa simbiosis entre el hombre y la naturaleza que ha permitido hacer de Montánchez sinónimo de productos excelentes, como el aceite o el vino de pitarra generosos, sin olvidar por supuesto los higos del pueblo de Almoharín, cobijado a los pies de la ladera sur de la sierra. Pero Montánchez es sobretodo jamón.


Aquí y allá grupos de cerdos deambulan a la sombra de las inmensas encinas, que como la mítica “Terrona” de más de 800 años, reinan sobre las dehesas de Montánchez, preservando un paisaje que no ha debido cambiar mucho a lo largo de los siglos. Es en este entorno exuberante que se produce uno de los mejores jamones del mundo, apreciado según cuenta la leyenda por los reyes Carlos I y Felipe IV. Su calidad se explica por un lado por la manera en la que se cría el animal, en libertad y alimentándose sobretodo de bellotas, rastrojos y otras hierbas, y por otro por las condiciones de curado de los perniles, gracias al clima frío y seco de la zona, pues la elaboración del jamón comienza durante los meses de invierno, después de la matanza.


Gracias a tales productos no es difícil imaginar la riqueza y la calidad de la gastronomía montanchega, que combina los productos silvestres con aquellos de la huerta y la ganadería. Y más allá de los deliciosos derivados del cerdo, que son sin duda uno de sus mayores reclamos hoy en día, merece la pena reivindicar platos que como en muchos otros sitios de Extremadura caen poco a poco en el olvido, como la sopa de patata, el gazpacho de espárragos trigueros o las deliciosas sopas de almendra. Sabores que aún habitan entre las estribaciones de la Sierra de Montánchez y que forman parte del patrimonio gastronómico extremeño.



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