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Los garbanzos de Valencia del Ventoso


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En Valencia del Ventoso, en el sur de la provincia de Badajoz, se cultiva uno de los mejores garbanzos de España y posiblemente del mundo. Sus habitantes cuentan orgullosos que eran muy apreciados por el rey Carlos III y que incluso el monarca francés Luis XIV, que los habría probado, no comía otros garbanzos que no fuesen esos. Ninguna de estas historias están documentadas pero reflejan sin duda el prestigio del que ha gozado este producto desde hace tiempos inmemorables. Sí sabemos, por un manuscrito del siglo XVIII, que los monjes del convento de Aguasclaras del vecino Jerez de los Caballeros recibían una parte de sus rentas en este producto.


La reputación del garbanzo de Valencia del Ventoso es bien merecida. Se trata de un garbanzo pequeño, de textura muy fina y ligeramente harinoso, y una vez cocidos se deshacen como la mantequilla. Los expertos explican que su alto contenido en almidón favorece la absorción de la grasa, por lo que son especialmente apropiados para la preparación de cocidos. Guarda cierto parecido con el pedrosillano, pero el garbanzo de Valencia del Ventoso es un ecotipo diferente y bien definido, completamente autóctono, que sólo se cultiva en la zona.


A pesar de sus cualidades, el garbanzo valenciano sigue siendo un completo desconocido fuera de la región extremeña. Algunos apuntan a la escasa producción, pero el gran problema reside en la falta de reconocimiento institucional, a través de la distinción un sello de calidad, y de la promoción adecuada. De cultivarse en otras latitudes (y seguramente en otros países), estaríamos hablando de un producto que ocuparía el Olimpo de la gastronomía.


El garbanzo de Valencia del Ventoso nace en las fértiles llanuras del sur de la provincia de Badajoz. Tierras muy ricas, aptas para los cultivos de secano: como dicen los lugareños, el garbanzo sólo necesita dos aguas, al sembrarlos y al cocerlos. Lo primero ocurre entre mediados de febrero y principios de marzo. La tierra ha reposado durante el invierno, se ha arado y despojado de malas hierbas. Todo se hace a mano, como antaño. Igual que la siega, a finales de julio, cuando más aprieta el calor. Una vez recogidos, se trillan, se ventean y se criban para limpiarlos. Todo un proceso que los habitantes de Valencia sigue haciendo como sus antepasados con auténtica pasión y fervor.


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